Y bajando por Sales y Ferré para encaminarse a la calle Dormitorio, retornando desde ésta parsimoniosamente a San Ildefonso, el apóstol San Mateo, en nombre de los Reyes que han sido, que son y que serán, viene marcando el camino al frente de una tumbilla que cobija un fernandino perfil cuya galanura continúa inspirando a los sastres que se reúnen gremialmente en torno a su Ama y Señora.
Son ocho siglos, tal vez,
los que guarda en su quimera
esa mirada certera
que muestra, sin lobreguez,
la sublime candidez
de una reina soberana
cuya piel de porcelana
se conserva igual que ayer
mientras cose en su taller
encajes de filigrana.
Entre hilos y alfileres,
Ella ejerce la costura
con innegable soltura,
realizando sus quehaceres
en lentos atardeceres
en los que el cielo ambiciona
el oro de su corona
al refulgir los quilates
que dieron los alfayates
para su regia patrona.
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